El Museo Pablo Gargallo en Zaragoza es una visita imprescindible, para quienes aman la escultura. El único dedicado monográficamente a Pablo Gargallo, artista clave en la evolución de la escultura del siglo XX.
Pablo Gargallo es uno de los escultores vanguardistas más importantes e innovadores en el uso del hierro. Nace en 1881, en una pequeña localidad de Zaragoza, Maella, en el seno de una familia dedicada al trabajo de la herrería. Su vida transcurre entre Barcelona y París, aunque su obra escultórica siempre estará vinculada a su localidad natal. Fue influenciado en primer lugar por el modernismo catalán y luego por las vanguardias artísticas de la época. Entre las que destaca una influencia cubista, que le permitirá llevar a cabo sus investigaciones sobre la materia y el vacío escultórico y por otro lado el proceso de trabajar con materiales metálicos (chapas de cobre, hierro, latón y plomo) en la búsqueda de un lenguaje personal. Expone con gran éxito en Nueva York y Barcelona hasta que, en 1934, en plena madurez artística fallece de forma prematura, dejando encargos y obras sin materializar.
El recorrido que nos permite realizar la colección permanente expuesta en el Museo Pablo Gargallo, llena de obras de todos los géneros y épocas, hace que sea una experiencia única. Pero a esto hay que unirle que el edificio sede del museo presenta un conjunto de cualidades que hacen doblemente interesante y placentera la visita.
El Museo Gargallo se ubica en el centro de Zaragoza, en la plaza San Felipe, donde nos reciben dos jinetes en bronce instalados en ella “Saludos Olímpicos. 1929” que nos invitan a pasar. Un edificio de singular interés arquitectónico e histórico, declarado Monumento Nacional en 1943. Construido en el siglo XVII de estilo aragonés, se trata de la casa palacio de los Condes de Arguillo, diseñada según los esquemas renacentistas que imperaban en la época. Su fachada está realizada en ladrillo cara vista, arco de medio punto, ventanas enrejadas y se remata con un expresivo alero de madera tallada. En el interior, tras atravesar la puerta y un pequeño zaguán, destaca el patio central con columnas de diseño toscanas, cerrado por una moderna cubierta transparente.
Ya en su interior, en una de sus salas, una audiovisual cuenta la historia que se encierra en sus muros, las transformaciones y los distintos usos a los que fue destinado. Desde una ampliación de dos casas que incluía el privilegiado acceso directo a la capilla de la parroquia de San Felipe a modificaciones por albergar un internado, incluso otras reformas realizadas por ser sede de la organización Nacional de Ciegos españoles. Finalmente en 1977, tras diversas alternativas, el Ayuntamiento de Zaragoza efectuó la adquisición del edificio.
En 1985 se inauguró como reconocimiento a la obra de uno de los mejores artistas de la vanguardia española, aunque no se puede entender la creación de este Museo sin mencionar el compromiso tan profundo de la hija del escultor, Pierrette Gargallo con la obra del artista. Posteriormente fue reformado y ampliado entre 2007-2009, dotándolo de un soporte expositivo más actualizado y atractivo para la contemplación y el mantenimiento de todo el patrimonio y arte que allí se expone, porque aparte de la colección permanente, se disponen otras salas a exposiciones temporales o programas didácticos y un importante centro de documentación sobre arte contemporáneo.
Es impresionante encontrar nada más entrar, en el centro del patio del Museo, la obra más emblemática de Gargallo “El Profeta. 1933”, la culminación de su constante búsqueda de un estilo personal. La escultura en hierro, representa un hombre que grita con una mano levantada en actitud de orador y otra sujetando un bastón. Su forma nos recuerda el estilo cubista, pero al mismo tiempo es expresivo y desprende fuerza y movimiento en la forma.
En cada una de las salas nos sumergimos en el mundo de Gargallo. No es fácil elegir una sóla pieza, porque cada una de ellas se encuentra en un contexto diferente. Durante toda su trayectoria mantuvo simultáneamente dos estilos aparentemente diferentes, uno clásico (de bulto redondo) relacionado con sus orígenes y otro estilo más vanguardista, en el que experimenta con las formas y los materiales. Manteniendo su interés por la representación del cuerpo humano, logra desarrollar un apasionante proceso de liberación de la materia, llegando a convertir los vacíos y las luces recogidas en sus piezas en factores decisivos en su forma de entender la escultura. Su extraordinario conocimiento de la técnica y de su oficio como escultor hacen que la delicadeza con la que tallaba el mármol en sus primeras piezas se traslade igualmente a sus obras en forja. Todas las piezas que conforman la colección van mostrando el recorrido de sus investigaciones y el desarrollo de lo aprendido.
Si hay una sala que realmente me ha llamado la atención es la sala de cartones, por mostrarnos algo tan íntimo del artista. En ella se expone el proceso de creación de Gargallo, mostrándose una serie de plantillas recortadas en cartón que sirvieron para trasladar, a planchas de hierro u otros metales, los diseños de las distintas piezas que formarían la escultura. En su primera época de cobre (1910), cuando realiza su primera máscara metálica, utiliza finas chapas de cobre o hierro, que son modeladas y unidas. Pero, en su segunda etapa de cobre (1923), el uso de las plantillas que utiliza a modo de patrón, dio lugar a la aparición de cuerpos enteros, lo que conllevaba el uso de chapas cada vez más gruesas. Estas plantillas que vemos supusieron un gran avance en su proceso escultórico y también como artista.
La exposición alberga esculturas, joyas, documentación, grabados y una notable colección de dibujos que muestra otra menos conocida, pero intensa dimensión del artista. Un lugar que te hace reflexionar sobre el proceso creativo de Gargallo y sobre su aportación a la escultura contemporánea. Conceptos como el espacio, el vacío o la contraluz no podrían entenderse sin la obra de Pablo Gargallo.
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