
Cada idea, por nueva que parezca, es una combinación de ideas precedentes que la van construyendo o modelando. Hay ideas que se transforman, mutan, y que incluso a veces rozan los límites de los derechos de propiedad intelectual o la ética profesional.
Todos en algún momento hemos tenido la sensación de que nos han robado una idea. Aquella idea que compartías en una reunión y que tiempo más tarde se llevó a cabo sin tu participación, o incluso, aquella que proponías para una convocatoria y que un día te encuentras que ha sido publicada sin tu autoría. Hay montones de ejemplos y estoy segura que cada uno de nosotros puede hacerlo mejor que eso.
Pensando en lo que significa la idea original en el proceso creativo, estos días me he releído el libro “Roba como un artista”, de Austin Kleon. Si no lo conoces, te lo recomiendo, es un libro fácil de leer que te lleva a diferentes conclusiones sobre la creatividad.
En uno de sus capítulos menciona al escritor Jonathan Lethem, el cual afirma que cuando pensamos que algo es original en realidad es simplemente porque desconocemos sus fuentes.
Cuando le preguntas a un profesional creativo, con una trayectoria relevante, sobre cómo empezó su producción o cómo se inspiraba, siempre hacen referencia a lo mismo: observando a los que me gustaban.
Sabemos que a lo largo de la historia muchos artistas han aprendido copiando de sus predecesores una y otra vez, hasta encontrar su propio estilo. Ya lo decía Picasso, “A veces pinto falsificaciones”. Podría decirse que hay una fina línea entre inspirarse y copiar.
En el ámbito empresarial es muy frecuente escuchar “no hay que inventar la rueda”. Sin embargo, hay personas que optan por seguir su instinto y encontrar esa idea que antes nadie hubiera imaginado. Buscan lo original, el principio de algo más grande.
Lamentablemente, algunos de estos soñadores, cuando creen haberla encontrado, la dejan en la intimidad durante excesivo tiempo por miedo a que la copien. No obstante, es ese miedo “a compartirla” el causante de otros problemas, y es que toda idea necesita entrar en contacto con el mercado para su validación y ser retroalimentada. ¿Qué sentido tiene poner en marcha un proyecto si no sabes si es lo que quiere el público?
En otros casos ponemos demasiada atención en la idea, que sea original, que sea una buena idea, cuando todo lo que viene después es realmente lo que marcará la diferencia, es decir, todos aquellos pasos que convierten una idea en un proyecto real.
Teniendo todo esto en cuenta, hay que tenerlo claro: comenzar con una idea equivocada para el proyecto, sea del tipo que sea, es una pérdida de tiempo y energía, pero no comprometerse con ese proceso para convertirla en un gran proyecto es un desperdicio de una buena idea.
Mientras llega esa auténtica idea original encontremos buenas ideas y trabajemos en su progreso.
Sandra G.-
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