Hace más de una década que paso por esta avenida casi a diario. La mayoría de las veces por temas laborales, en un trayecto de ida y vuelta, aunque también la cruzo para buscar ocio y cultura, adentrándome en el corazón de la ciudad. Por eso me considero una gran consumidora de este espacio público.
La avenida de la Constitución, nombre que recibió en época democrática, es una de las arterias principales de la ciudad, que comunica la plaza llamada Puerta de Jerez con la Plaza Nueva. Pero no ha habido espacio abierto de antemano, ese espacio público entre edificios se ha abierto tras realizar acciones, segregaciones y separaciones, propias del hecho de espaciar, hacerle sitio público y de hacerle sitio al público.
Aunque proyectar ese espacio público según las necesidades debería ser una realidad nunca se ha producido. En el camino se han demolido edificios y se han levantado otros como práctica de las últimas tendencias de cada época en arquitectura. En el recorrido de esta gran avenida de reclamo turístico, encontramos hoy otras maravillas arquitectónicas junto a los Monumentos de la Catedral o el Archivo de Indias, enmarcados en su mayoría en uso productivo, administrativo o comercial.
Haré una breve presentación de algunos edificios singulares, empezando el trayecto por la Puerta Jerez. Físicamente ya no existe ninguna puerta que le dé nombre. En la actualidad es una plaza de reciente urbanización motivada por la ejecución de una estratégica boca de metro de la línea1. Rodeando la esplendorosa Fuente de la Puerta de Jerez, se sitúan el Palacete Yanduri, ejemplo de arquitectura francesa en Sevilla, y la Capilla de Santa María de Jesús, único espacio conservado del Colegio- Universidad.
Continuo en la misma acera para apreciar el edificio de Seguros Santa Lucía, obra de José Espiau de estilo predominantemente modernista, seguido de la construcción de Aníbal González, que alberga una oficina de turismo, y de la desapercibida Torre Abd el Aziz, que formaba parte de una de las murallas de la ciudad.
En la otra acera, se encuentra una de las grandes joyas del regionalismo sevillano, el Teatro Coliseo, antiguo Teatro de Reina Mercedes y actual sede de la Delegación de Economía y Hacienda.
Frente al Archivo de Indias también sobresale el edificio de Correos y Telégrafos, obra de los arquitectos Joaquín Otamendi y Luis Lozano y un poco más avanzada la avenida enfrente de la Catedral, destacar el edificio de José Espiau, como fachada del viejo colegio de San Miguel y el acceso al pasaje que llega hasta la Plaza del Cabildo.
A continuación me encuentro cuatro casi consecutivos edificios de Aníbal González, el primero, la actual sede del Banco Popular, en donde la esquina con la calle García de Vinuesa se soluciona con el identificativo torreón-mirador.
Y para terminar esta acera antes de llegar a la Plaza Nueva, el edificio de “La Adriática”, de estilo neo mudéjar y que albergaba la confitería de Filella obra de José Espiau y Muñoz. Justo enfrente se encuentra el edificio del antiguo Banco Central, hoy Banco de Santander, proyecto de Vicente Traver y el Banco de España ejemplo de monumentalismo clasicista, obra del arquitecto Antonio Illanes.
Sin adentrarme en el interior de estos edificios, la Avenida de la Constitución es ese espacio vacío entre construcciones. Un espacio público que también se ha ido transformando a lo largo de los siglos, paralelamente a las construcciones que lo delimitan.
Una de las últimas decisiones, considerada para algunos, incluso más importante que la que sufrió en 1992 con la Exposición Universal, fue la peatonalización en 2007, que destacaba los beneficios medioambientales y el mejor acceso al centro de la ciudad. Es irónico que una avenida que se traza para el peatón sea en realidad una pista de obstáculos en lugar de un espacio para que no sólo el turista sino también los que viven a diario la ciudad admiren tranquilamente la bella vía monumental.
Las líneas imaginarias que delimitan los carriles de los diferentes medios de transporte, se cruzan e interfieren, a veces no por incivismo, el no querer cumplir las normas o señales establecidas, sino por pura necesidad.
Los carriles habilitados para el tranvía y las bicicletas apenas dejan paso a unos peatones que también han de compartir su espacio, con el mobiliario urbano, con los carteles publicitarios de los establecimientos, los cajones de obras, los veladores, los artistas y el arte público, los que piden atención para una encuesta o una ayuda y los que protestan delante de una administración, entre otros. Todo ello en condiciones de climatología estándar: si es verano se añade que buscas la escasa sombra que existe y si llueve buscas donde no se formen charcos, que desgraciadamente también es misión imposible.
Pero la Avenida es un trayecto que no sólo se ve afectado regularmente, sino que también se ve alterado puntualmente en distintos periodos del año. Esta vía es la “carrera oficial” de las cofradías al hacer la estación de penitencia a la Catedral y en este espacio de propiedad pública se colocan sillas para presenciarlas, previa preparación del suelo que ocupan. Un espacio público que atrae y expulsa al mismo tiempo al individuo, permitida esta expulsión, por una solidaridad por el bien general.
Hace unos días salía la noticia sobre la revisión de los veladores en el espacio público, y Técnicos de la delegación municipal de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Sevilla retiraron diferentes elementos de mobiliario, propiedad de establecimientos de hostelería de la Avenida que invadían la vía pública sin licencia municipal. Una licencia que desplaza a un espacio privatizado y donde la libertad de todos se pierde. Aunque al parecer nada tiene que ver con el plan de reducción de veladores en el centro de Sevilla que se quiere llevar a cabo. No obstante, ya es notable el espacio que han dejado las mesas de los establecimientos de Starbucks en la avenida y que ahora se ha recuperado y pertenece a los peatones. Pero, en mi opinión, no es sólo cuestión del espacio que ocupan los veladores.
El espacio público de una ciudad por definición “Es el lugar común de todos los ciudadanos y ciudadanas”. En esta ciudad y en concreto en esta avenida, el espacio público se activa con la presencia de grupos con diferentes formas de relacionarse y con un tipo de necesidades, desde grupos de turistas que buscan puntos de interés, hasta los que la recorren por un medio de transporte o los que se estacionan en un lugar para realizar una actividad como medio de sustento. Una comunicación entre individuos que implica la confluencia de lenguajes, expresiones publicitarias, olores, incluso distintas formas de ocupar y de recorrer ese lugar. Todo ello va configurando, en algunos casos desvirtuando, la imagen de ese espacio público con independencia de los edificios singulares que haya a su alrededor, al no mantenerse la coherencia en su conjunto.
En cualquier caso, el espacio público debe permitir libertad para su disfrute por todos, porque está concebido para ello. Si en algún momento esto fracasa, debemos reflexionar, por una parte, sobre cómo lo ocupamos y lo recorremos para luego mejorarlo y por otra, preguntarnos sobre qué imagen ofrecemos, su esencia y en definitiva la identidad Cultural que queremos que permanezca en este lugar.
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